El lento vagar de la cámara por
cumbres escarpadas, por precipicios e impresionantes fuentes de agua subterránea, a través de un paisaje cubierto por la pátina de luz
oscura que precede a las tormentas y atravesado por el
destello de relámpagos, con que se
inicia la película nos traslada emocionalmente al clima del Sturm
und Drang (tormenta y pasión), movimiento que preanunció la iniciación del Romanticismo
artístico. Época en que Johann Wolfgang Goethe creó su tragedia Fausto, basada en una antigua leyenda
del siglo XV. Esa referencia al movimiento que dio inspiración al autor alemán se
repite en la atmósfera final del film,
traspasada por veladuras oníricas.
El Fausto de Sokurov constituye
el cierre de una tetralogía dedicada a
retratos de hombres movidos y condicionados por la fuerza del poder. Se trata de una versión muy
personal. Las acciones no se atienen al núcleo narrativo básico de la tragedia
de Goethe. La película nos muestra el
discurrir de la vida de un personaje relativamente joven y anónimo, obsesionado por el afán de
conocimiento y expuesto a las desventuras y privaciones, que a pesar de sus
ansias, la vida le depara.
La cámara, llevada por una
lentitud detallista que caracteriza al cineasta, nos muestra a un ser profundamente terrenal, acorralado por
sus instintos, en permanente conflicto, que se
debate entre la búsqueda de lo más esencial del hombre: su alma, y las
alternativas de la subsistencia. La pormenorizada escena de la autopsia del
principio, donde el personaje busca en las profundidades de un cuerpo muerto lo
que de él puede llegar a pervivir, su paso alucinado y casi agónico por tabernas, donde alternan la obscenidad
y la violencia, sus recorridos por bosques que parecen encerrar todo el
misterio de una naturaleza insondable, reflejan
esa indagación en los estados subjetivos y las pasiones de la cual el Romanticismo fue precursor, y que se tornará más intensa en el hombre
contemporáneo.
El Fausto de Sokurov tiene el
mérito de traducir, con una poética de
imágenes que revela una fina y aguda observación, el drama de
cualquier habitante de este mundo que acuciado por el afán de saber se enfrenta al desasosiego de la
supervivencia y a la encrucijada de su propio destino. Su recreación de una
obra clásica de la literatura parece responder a los designios que Goethe
expone en el epígrafe de su libro: “Creo
firmemente que una inteligencia despojada y un recto juicio, tendrán que
trabajar mucho para hacerse dueños de todos los secretos que he involucrado en
mi fábula.”
El film logra crear, como otros
de Sokurov –viene a mi memoria La madre,
altamente conmovedor por su contenido y el trabajo tan sugestivo de la fotografía- una atmósfera muy rica en matices
y muy profunda en el buceo de los dramas
íntimos.
La visión en primer plano del rostro de Margarita, de
una belleza sublimada, y la escena amorosa, también en primer plano, en
contraste con las tenebrosas escenas
previas y posteriores en que se prepara
y consuma el pacto de sangre, son ejemplos
del modo en que un ojo experto busca transformar en objetivo
lo que por naturaleza pertenece al plano de la más recóndita subjetividad.
Asimismo, el Mefistófeles un poco
grotesco, paródica representación de la
usura, es quien manipula como a una desvalida marioneta a ese Fausto -que no es
más que el paradigma de cualquier mortal- y es quien lo arrastra por los empinados pedregales y abismos en que
acaba su existencia.
La película es una maravillosa
muestra de lo que se puede hacer siendo un buen lector de libros, de pasiones e imágenes. Un sutil recorrido por las tensiones que mueven
el intrincado engranaje del poder.
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