lunes, 27 de febrero de 2012

CINEMATÓGRAFO DE FIESTA

En las últimas semanas he podido ver dos películas que homenajean al cine y a su industria: El artista, dirigida por el francés Michael Hazanavicius y La invención de Hugo Cabret, del reconocido cineasta  norteamericano Martín Scorsese.
En una época en que uno tiende a la nostalgia de los grandes realizadores que tuvieron tanto para decir y tantas formas  innovadoras y, a la vez, profundas de hacerlo, estas dos películas tienen el maravilloso encanto de retrotraernos a las primeras etapas del cine.
Si bien yo nací muy posteriormente al cierre y disolución de esa etapa de gestación -conviene aclararlo-, no pude más que recordar el valor que tuvo el séptimo arte en  mi formación infantil, cuando asistía, con mi mamá y mis hermanos,  a los cines de barrio, que ya no existen, a ver tres películas en una tarde. ¡Cuanta emoción y fantasía nos despertaba el enigmático celuloide!
El artista responde a las características de un melodrama, en blanco y negro y con las técnicas actorales del cine mudo y muestra el  pasaje hacia el cine sonoro, coincidente con la gran depresión del 29.
La invención de Hugo Cabret, a través de la figura de un niño que sobrevive como puede a los rigores que le impone la vida, convertido en el hábil manipulador de los relojes de la Gare de Montparnasse, reivindica la figura de uno de los pioneros del cine francés: George Meliès. Ilusionista, primero y luego creador de su propio proyector, Meliès fue un innovador de los efectos especiales e inventor de los fotogramas coloreados. Y su decadencia sobrevino también con un doloroso hito histórico: la Primera Guerra Mundial.  Scorsese usa una técnica actual, el 3D, muy apropiada para hacer revivir el espíritu de quien con los precarios medios de su época le otorgó un lenguaje surreal a las fantasías de Julio Verne (Le voyage dans la lune-1902).
Además de los valores intrínsecos que cada uno de los films tiene como construcción, como lucimiento actoral, como planteo visual y sonoro, me interesó sobremanera el papel que, en ambos,  juega la técnica, el trabajo de la invención y la pasión que mueve a los inventores. La mecánica como primer escalón del desarrollo tecnológico de que hoy disfrutamos se ve ennoblecida en la película de Scorsese.  El artista hace hincapié en el dolor y la incomprensión que provienen de todo cambio, en este caso también referido a la tecnología y al modo de expresión inherente a los nuevos códigos.
En el film de Scorsese el mayor mérito está en   la recreación de ámbitos -en este caso, ámbitos casi mágicos-  a la cual contribuye prodigiosamente el sistema 3D. En el de Hazanavicius se destacan los primeros planos de gesticulación sobreactuada que enfatizan la sonoridad emudecida y las bandas sonoras que acompañan dramáticamente el traspaso de una forma a otra.
Dos películas que  además de resultarme muy gratas me hicieron pensar en el valor superlativo de la inventiva.