martes, 11 de agosto de 2015

ORQUESTA WEST-EASTERN DIVAN: música y reflexión

El pasado sábado 8 de agosto Daniel Barenboim cerró su presentación en el Teatro Colón junto a la orquesta West-Eastern Divan con un  acto  memorable. Durante la velada se ejecutó el Triple concierto para violín, violoncello y piano en do mayor, op.56 de Ludwig Van Beethoven y el poema sinfónico Pelleas und Melisande, op. 5 de Arnold Schönberg.
Las obras permitieron apreciar   la línea expresiva  que va desde  la música clásica (tonal) a la música de la vanguardia (atonal-dodecafónica). Pero lo que interesa en esta nota no es la referencia a las obras, maravillosas cada una en su estilo, y muy especialmente la del  líder de la Segunda Escuela de Viena, que  para mí, resultó sorprendente.
La liberación de disonancia que  trasunta la pieza de Schönberg  se convirtió en una especie de símbolo.  Una traslación  de signos: de la notación musical al compromiso ideológico y también al   sentimiento del  director de la batuta, y viceversa.  
La orquesta West-Eastern Divan,  cuyo nombre proviene de una serie de poemas del escritor Wolfgang Goethe titulada Diván de Occidente y Oriente (obra de referencia para la comprensión del concepto de cultura global), ha tenido una notable repercusión durante los últimos quince años. En 1999, Barenboim y el filósofo palestino Eduard Said  crearon un taller para jóvenes músicos de Israel, Palestina y otros países árabes del Medio Oriente con el fin de fomentar la convivencia y el diálogo intercultural. En la actualidad el centro de reunión es Sevilla donde se realiza un trabajo complementario entre la formación musical y los debates políticos encauzados hacia conceptos de igualdad, cooperación y justicia.
La tarea llevada a cabo por Barenboim, compatriota que junto a su familia  abandonó el  país en 1952, es la de un humanista. Alguien que desde su posición de artista  interpreta y desafía la complejidad,  al tiempo  que se integra  a las preocupaciones de su época  y brega por cierta escala de valores.
Barenboim se muestra  crítico  frente  al accionar de los líderes políticos europeos, más interesados en el desarrollo económico y tecnológico capitalista que en  la formación humanística y civilizadora que  como hijos de  antiguas tradiciones culturales debieran representar. Al cuestionar ese olvido  de un saber-filosófico,  ético-  que durante siglos   significó una voz de alerta  frente a las encrucijadas  que planteaba el devenir histórico, evidencia una toma de posición y nos invita a pensar en otros modos de olvido que trascienden el espacio de un continente. La invisibilidad de aquellos a los que se les niegan las armas para la comprensión de la complejidad del mundo no tiene fronteras.
Quien no accede a la cultura, en oriente u occidente, en África o en América es un desposeído. Y como tal podrá verse expuesto a todo tipo humillaciones: desde el  más circunscripto hecho de no poder  interpretar sus propias  carencias como individuo, al más amplio entendimiento de los dramas que agitan a su comunidad, y menos aún, al tejido que, con inclemencia, envuelve  la globalidad planetaria.

Escuchar los sonidos estridentes e inarmónicos del poema sinfónico de Schönberg me devolvió a sus fuentes: Maeterlinck, Debussy, Fauré, Sibellius… e incluso el canto V de la Divina Comedia del Dante: “Amor, ch’a nullo amato amar perdona”, y de allí a Virgilio. Una travesía, casi diría tormentosa, pero plena de significaciones. Creo que , fue un cierre perfecto   para una serie de conciertos  cuyo  basamento es la reflexión como forma de encuentro, de empatía, de solidaridad. Porque al fin de cuentas qué es un concierto sino la sustantivación de un acto. El verbo nominalizado.  Concertar es  ajustar, componer, acordar, poner en orden. Y en este caso un intento de mejorar o aminorar, por la vía de lo sublime, lo que el lado oscuro de nuestra humanidad pone en discordancia o, lisa y llanamente,  en discordia.