viernes, 22 de mayo de 2015

MNBA: Eugenio Cuttica y su mirada interior

Se puede ver en estos días y hasta el 7 de junio una muestra del plástico argentino Eugenio Cuttica (1957), curada por Pablo del Monte. La misma está dividida en tres secciones que representan tres momentos de su experiencia creativa: Los inicios, El grito y El silencio. Momentos que están ligados a  vivencias y  búsquedas personales y cuya  repercusión puede apreciarse en los  diversos enfoques del corpus presentado. El dibujante, el pintor, el estudiante de arquitectura, el escultor, el creador de formas expresivas que responden a criterios más recientes, como las instalaciones. Todas estas facetas están reunidas en la exposición.
Particularmente me impresionaron sus obras de la última etapa, que responden con más justeza al  nombre de la muestra: Una mirada interior. Los cuadros titulados La seducción del abismo,  El naufragio y La piedra, obras de grandes dimensiones y conformadas por paneles de tela ensamblados, recrean ese trayecto silencioso por la interioridad que despoja al artista de la aserción racional para trasladar su perspectiva al plano de la intuición. El conocimiento de   filosofía oriental- budismo- ha dejado en su arte   cierta impronta. Colores claros y tenues, líneas insinuantes, pero no definidas, figuras humanas despojadas del peso de la materia y vueltas hacia ese “adentro abismal”. De estos tres cuadros se desprende  -al menos fue la impresión que a mí me provocaron- la idea de un éxodo, una suerte de destierro que aleja a los seres representados de la objetividad mundana. Dentro de la misma tónica se  encuentran las obras cuyo personaje central es una niña. El cuadro La última cena de mujeres (2007), tal vez sea un punto de inflexión hacia la nueva  serie en que esa niña, que responde al  emblemático nombre de Luna, aparece en posición durmiente, u observa de pie sobre una silla o junto a una silla vacía (¿fuera de una perspectiva predeterminada?). La luna simboliza la femineidad y sus fases remiten a la maternidad y por ende a la gestación. También connota luz en medio de la noche, espiritualidad que se adentra en lo oscuro e invisible del ser. El tamaño de las telas se ajusta a la inmensidad perceptiva a que se enfrenta la niña: una enorme ballena, tan excesiva en lo que a sus dimensiones se refiere como al simbolismo que encierra, y  que solo  permite abarcarla fragmentariamente, u horizontes extendidos hacia el infinito como  el campo de espigas que imbrica mirada y fertilidad o  la extensa plantación de tulipanes, donde dentro de un todo aparentemente indiferenciado se recorta la delicada unicidad de cada flor.
Sobre un fondo fotográfico, New Yorkers o familiares de un segundo, y enfrente  una instalación que alude a las máscaras. La máscara es nuestra intransferible forma de  vincularnos con los demás, esa  enigmática línea de comunicación entre las personas (la etimología de la palabra persona remite al concepto máscara: lo que va por delante del verdadero rostro). La propuesta trajo a mi memoria a Pessoa: “Quando quis tirar a máscara,/ a tenia pegada à cara...” dice su heterónimo Alvaro de Campos. Cuttica concibe al arte como un   acto liberador que  lo conecta con lo sublime.
Sobre cuencos, facciones proyectadas. Y la posibilidad de que cada visitante escriba cuál es su modo  particular de   relacionarse con el afuera,  y así entrar a formar parte de   la singular   performance-artificio que el artista propone. Con la mirada puesta en  ese particular    pasaje  en que la subjetividad  viaja desde la inmanencia a la trascendencia.