domingo, 10 de agosto de 2014

MALBA: Le Parc-Lumière

Atravesar los cortinados y pasar a una zona oscura donde  ingeniosas   obras nos impactan con su luz y su dinámica fue como entrar en un mundo de fascinación. Pero el talento de este creador no se reduce al choque  perceptivo que provocan  las formas y la iluminación en movimiento,  por oposición con la penumbra. Así, como ante un acto de magia,  el público se ve tentado a  observar detenidamente el   truco que produce el efecto mágico, ante estas obras el espectador cobra un rol activo. Quiere saber cómo se origina esta  insólita composición hecha de resplandores y  artificios cinéticos. Al menos, a mí me ocurrió eso. Y al tratar de entender el funcionamiento se va entrando en los sorprendentes e  insinuantes caminos de la física. El artista ha generado un mecanismo que proyecta líneas, destellos, zonas opacas, contrastes, que cambian continuamente. Pero, esas proyecciones no fueron definidas en forma precisa  por el autor ni serán captadas del mismo modo por cada uno de los observadores. Allí radica lo más cautivante del proyecto. Él sólo ha inventado  aparatos que generan haces de rayos y  variables motrices, sin imponernos una única  forma de mirar. A cada instante la impresión será diferente. Para cada observador será distinta y también variará de acuerdo con la perspectiva desde la cual se contemple la instalación. Y esa maquinaria y sus efectos nos moviliza a tal punto que, por momentos, hasta sentimos una sensación de vértigo. El material empleado: placas de acrílico sostenidas por hilos muy delgados, bandas flexibles aceradas, paneles de tejidos traslúcidos y muy finos otorgan la ductilidad necesaria para que el movimiento sea sutil y plácido.

Una de las piezas, creo que se llama Célula penetrable (1963-2005), me impresionó de tal modo que entré dos veces en ella.  Deslizándome  a través de ese laberinto de espejos  sentí que perdía toda noción de realidad y me invadía cierta agitación emocional,  como si me estuviera internando en pasadizos fantásticos que parecían no tener salida.  Un recorrido  provocador.


La muestra, curada por Hans-Michael Herzog, Käthe Walser y Victoria Giraudo expone diecisiete instalaciones lumínicas de este artista nacido en Mendoza en 1928.
Julio Le Parc se formó en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredon y en 1958 viajó a París con una beca del gobierno francés. Desde entonces reside en esa ciudad. Sus obras en principio se vincularon al arte abstracto, con influencia del Optical Art, forma pictórica que combinando líneas geométricas y contrastes cromáticos promueve ilusiones ópticas. En 1960 fundó el Groupe de Recherche d’Art Visuel (GRAV), se alejó de la pintura y  entró en contacto con el Arte cinético del cual estas esculturas móviles y lumínicas son un acabado ejemplo. En 1966 obtuvo el Primer Premio en la Bienal de Venecia. Y en 1982 el premio Konex.

La propuesta artística de Le Parc apunta a una estética  libre de sujeciones o imposiciones.  Si bien lo observable está condicionado por su inventiva, los  resultados perceptivos son bastante amplios. Lo luminoso y vibrante connota vida. La ondulación de los  follajes o del mar, el titilar de las estrellas,  la suave danza del viento. Todo lo  que en el cosmos alumbra y estremece. El Sol argentino que pende en el hall central del museo promete la entrada a   un espacio de emancipación sensible.