Conocer las pasiones no sería otra cosa que analizar la razón misma a 'contrapelo', iluminándola con su misma presunta sombra.
Remo Bodei
Intrigada por la repercusión de la película Relatos salvajes - en algunos cines se da en forma paralela en
distintas salas ( una especie de supercontinuado) y hay mucha gente entusiasmada, recomendándola- me decidí a ir a verla.
Lo que predomina en todo el film,
dividido en seis relatos, es la violencia. El director, Damián Szifrom ha
resuelto con impecable habilidad cada uno de los relatos. El manejo de la
cámara es preciso y las imágenes
resultan altamente impactantes. Cada historia tiene un móvil bien definido y las consecuencias alcanzan en todas, la desmesura.
Lo que se ve es tan real ( y
hasta cotidiano) que abruma. En primer lugar porque el tema rector son las
pasiones en su faceta más oscura, más escabrosa. Y en segundo lugar porque los
motivos enfocan, con una lente
despiadada, el carozo de nuestros propios vicios. El
ensañamiento colectivo contra un
individuo, las interpretaciones, a menudo anquilosadas, provenientes de la multitudinaria cofradía de psicólogos y
psiquiatras, la corrupción, el abuso de poder, la envidia y su contratara: el
desprecio y desvalorización, el desorden institucional cuya cara visible son esos empleados a medias entre el robot y el
cómplice, el encubrimiento, la
degradación del ámbito judicial, la justicia por mano propia, la banalidad aunada
con la histeria, la impudicia. Cualquiera
dirá: es mucho junto.
Volviendo al principio me
pregunto ¿cuál es la razón del aluvión de público y qué motivaciones provocan
la identificación de ese público con lo que se les muestra? Indudablemente no
es fácil asumir tan pesada carga. El realizador lo ha advertido. Y jugando con
la exageración ha dejado lugar a la sonrisa. Claro que no es una sonrisa
plácida, sino perturbadora. Es esa hilaridad que anida muchas veces en lo
siniestro y que permite el
desplazamiento necesario para que tenga lugar la catarsis.
Un recurso que se reitera es el
contraste. Uno de los relatos, quizás el más salvaje, se desarrolla en un
camino de montaña de Salta. El paraje es bellísimo, pero lo que sucede en él es
de una tal violencia que quiebra abruptamente el encanto paisajístico. La
fiesta de boda lujosa y organizada al detalle acaba en un desbarajuste. Otro
recurso frecuente es la hipérbole. El
avión que se estrella contra unos padres que alguien señala como culpables. El
ingeniero experto en implosión que hace estallar su auto signado por las contravenciones. Otro
recurso: la ambigüedad significativa. Las frases que resaltan en titulares de
diarios o televisivos conducen, debido a
la superposición caótica de sentidos, al sinsentido.
El film logra el efecto arltiano
de ser un “cross a la mandíbula”. Cada
espectador encontrará en él lo que su
entendimiento o sensibilidad le permitan,
pero todos se verán sacudidos al presentir
que alguna cuota de responsabilidad
nos concierne como sociedad, por acción o por omisión, en la construcción de un “modus
vivendi” asentado en el cinismo y la vileza. Si bien las pasiones bajas son universales, el
conjunto de situaciones apunta sin lugar
a dudas al escenario nacional. ¿Participamos todos los argentinos de tal
desenfreno? No lo creo. Pero sí todos sabemos, en mayor o menor medida, que
mucho de lo que se refleja en la
pantalla nos incluye aunque más no sea por soportarlo pasivamente.
Cada uno de los relatos dura
aproximadamente entre veinte y veinticinco minutos, y esto otorga a la totalidad un ritmo
vertiginoso. Se sale del cine como de una coctelera. Claro que el trago
resultante, a cualquier pacífico
degustador le resultará difícil de digerir.
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