Atravesar los cortinados y pasar
a una zona oscura donde ingeniosas obras nos
impactan con su luz y su dinámica fue como entrar en un mundo de fascinación.
Pero el talento de este creador no se reduce al choque perceptivo que provocan las formas y la iluminación en movimiento, por oposición con la penumbra. Así, como ante
un acto de magia, el público se ve
tentado a observar detenidamente el truco que
produce el efecto mágico, ante estas obras el espectador cobra un rol activo.
Quiere saber cómo se origina esta insólita composición hecha de resplandores
y artificios cinéticos. Al menos, a mí
me ocurrió eso. Y al tratar de entender el funcionamiento se va entrando en los
sorprendentes e insinuantes caminos de
la física. El artista ha generado un mecanismo que proyecta líneas, destellos,
zonas opacas, contrastes, que cambian continuamente. Pero, esas proyecciones no
fueron definidas en forma precisa por el
autor ni serán captadas del mismo modo por cada uno de los observadores. Allí
radica lo más cautivante del proyecto. Él sólo ha inventado aparatos que generan haces de rayos y variables motrices, sin imponernos una única forma de mirar. A cada instante la impresión
será diferente. Para cada observador será distinta y también variará de acuerdo
con la perspectiva desde la cual se contemple la instalación. Y esa maquinaria
y sus efectos nos moviliza a tal punto que, por momentos, hasta sentimos una
sensación de vértigo. El material empleado: placas de acrílico sostenidas por
hilos muy delgados, bandas flexibles aceradas, paneles de tejidos traslúcidos y
muy finos otorgan la ductilidad necesaria para que el movimiento sea sutil y plácido.
Una de las piezas, creo que se
llama Célula penetrable (1963-2005),
me impresionó de tal modo que entré dos veces en ella. Deslizándome a través de ese laberinto de espejos sentí que perdía toda noción de realidad y me
invadía cierta agitación emocional, como
si me estuviera internando en pasadizos fantásticos que parecían no tener
salida. Un recorrido provocador.
La muestra, curada por
Hans-Michael Herzog, Käthe Walser y Victoria Giraudo expone diecisiete
instalaciones lumínicas de este artista nacido en Mendoza en 1928.
Julio Le Parc se formó en la Escuela Nacional de Bellas
Artes Prilidiano Pueyrredon y en 1958 viajó a París con una beca del gobierno
francés. Desde entonces reside en esa ciudad. Sus obras en principio se
vincularon al arte abstracto, con influencia del Optical Art, forma
pictórica que combinando líneas geométricas y contrastes cromáticos promueve ilusiones
ópticas. En 1960 fundó el Groupe de Recherche d’Art Visuel (GRAV), se alejó de
la pintura y entró en contacto con el Arte cinético
del cual estas esculturas móviles y lumínicas son un acabado ejemplo. En 1966
obtuvo el Primer Premio en la
Bienal de Venecia. Y en 1982 el premio Konex.
La propuesta artística de Le Parc
apunta a una estética libre de sujeciones
o imposiciones. Si bien lo observable
está condicionado por su inventiva, los
resultados perceptivos son bastante amplios. Lo luminoso y vibrante
connota vida. La ondulación de los follajes o del mar, el titilar de las
estrellas, la suave danza del viento. Todo
lo que en el cosmos alumbra y estremece.
El Sol argentino que pende en el
hall central del museo promete la entrada a un
espacio de emancipación sensible.
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