Kusama-Red Infinita. Manhattan, 1961. |
Los periódicos, diarios,
suplementos y revistas culturales ya han dicho bastante sobre la retrospectiva
de Yayoi Kusama que puede verse en el Malba y sobre las características
personales de esta artista y su experiencia creativa. Poco habría para agregar.
Sin embargo hay algunas observaciones que me siento inclinada a puntualizar.
Por un lado la función terapéutica,
que según ella misma explica cumple su arte. En el video de Martín Retti (Tokio,
mayo del 2013), que puede verse en la planta baja, Yayoi dice: “Si dejo de
pintar comienzo a sentir tendencias suicidas”. Los trastornos emocionales que
sufrió desde joven y que la llevaron a internarse por propia decisión en una clínica
psiquiátrica en 1977, encontraron una luminosa salida en la polifacética obra
que ha concebido. Desde los primeros trabajos, próximos a la abstracción, la
serie de la Red
Infinita , óleos de
gran tamaño con trazos claros y rítmicos sobre telas blancas, la perfomance Caminata, plasmada en base a diapositivas de Eikoh Hosoe, en la cual contrasta la imagen de la artista
con el fondo de calles de Nueva York, vacías y agrisadas, donde vivió más de veinte
años y participó de la movida psicodélica y el Pop Art de los años 60, las extrañas
esculturas con penes, las instalaciones que reproducen un clima alucinatorio,
hasta los cuadros del 2012, donde se repiten de manera obsesiva determinados
motivos: rostros encadenados como jeroglíficos,
puntos, bordes dentados, tramas laberínticas, todo refleja una laboriosidad tenaz.
La muestra expone muy distintos enfoques, algunos más espectaculares que otros
o quizás más abiertos al asombro y a la participación del público. Como es
el caso de The Obliteration Room, sala
de estar blanca, donde los visitantes pueden pegar stickers que son motas de
color. O el atractivo pasadizo oscuro
iluminado por infinidad de bombitas de cambiantes colores en forma de punto que
se reflejan en espejos o en el agua que cubre el piso. A lo largo del trayecto
visual uno se queda, por lo menos, sorprendido.
La repetición de signos y la
atmósfera alucinatoria, responden, sin duda, a una tendencia estética, que
tendrá su arraigo o no en los traumas
personales de la autora. La estética es siempre una búsqueda que atraviesa el
drama interior de cada creador. Y la provocación que ésta ponga en marcha revela esa tensión ilimitada entre el instinto y la
expresividad tendiente a traspasar la visión
de los receptores. El hecho de que un trabajo donde se pone el cuerpo y el alma
sirva de bálsamo y supere a la pulsión de muerte agrega un plus a la obra:
desde la más recóndita oscuridad surge el color y la luz con que el/la artista captura y hechiza a sus espectadores. Y en este aspecto quizás la intención superadora encarnada en el arte muestre un
punto en común, a pesar de las diferencias, con el caso de Renoir, comentado en la entrada
anterior.
Por otra parte, un dato que me parece interesante señalar es la
masividad con que fue recibida la muestra. ¿A qué se debe? ¿A qué razones responde la visita de un público tan heterogéneo? Gente de toda edad,
especialistas o no, familias, niños… Arriesgo una idea: el carácter lúdicro, la
pasión por un juego que atrae con ciertas cualidades vecinas a la magia (hasta los árboles que circundan al
museo se han vestido con disfraces de pintas). O tal vez sea esa
idea de salto hacia el infinito lo que resulte extremadamente tentador.
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