Se entra por La vuelta de
Obligado, un espacio donde se exponen objetos y fragmentos de escrituras que
pretenden dar testimonio de ese hecho histórico. Conviene aclarar que la
batalla de La vuelta de Obligado tuvo lugar el 20 de noviembre de 1845, durante
el segundo gobierno de Juan Manuel de Rosas. Si bien en esa ocasión se defendió
nuestra soberanía frente al avance de tropas anglo-francesas, este hecho no constituye
el inicio de nuestra historia nacional. Después de estas salas, donde podría encontrarse
una cierta cohesión temática, se pasa a otras donde la exposición carece de
toda relación: se pueden ver pantuflas y gramófono, pertenecientes a Perón, junto a un retrato de Irigoyen, el piano de Mariquita Sanchez de Thompson
enfrentado a un cuadro que representa el cabildo del 22 de mayo, en parte
tapado por una vitrina, el neceser de Salvador María del Carril cercano a objetos
pertenecientes al Gral. Belgrano. La
visita finaliza en una salita pequeña donde se exponen, con la ayuda un poco grandilocuente -en vista de la pobreza del resto- de tecnología actual, unos pocos documentos de los comienzos de nuestra
historia y enfrente de este reducto se encuentra una réplica de la habitación
del Gral. San Martín en Boulogne-Sur-Mer. El recorrido no lleva más de cuarenta
minutos.
No sé si habrá sido la impactante y muy actual tonalidad que
impone la moda de las pinturerías y que da su “nota de color” a las salas y pasillos
la que me lleva a esta breve reflexión.
La historia es, según mi modesto
punto de vista, un relato de los hechos del pasado, y como tal es conjeturable.
No hay un modo de narrar la historia sino muchos y cabe en esos modos la visión
de quien se encarga de trasmitirla. Un museo siempre es un lugar cerrado y como
apartado de la vida. Y sin embargo, es o debiera ser un espacio para activar la
memoria y despertar el asombro, la inquietud y la deliberación de quienes lo visitan.
Quien se encargue de la organización y exposición de los documentos debe ser en
cualquier caso una persona que entienda de los factores que hacen que un simple
espectador entre en un recinto y no salga de él tal como entró, sino movilizado,
asediado por mil preguntas y cuestionamientos. Tal vez, con ansias de saber más
acerca de lo que vio. En el caso específico de un museo histórico, sin ser una
entendida en la materia, se me ocurre que el atractivo de lo que se ve debe
estar basado en la recreación de acontecimientos, en lo escenográfico, en la
conexión de datos que permitan conjeturar, en la trascendencia con que deberá
estar investido el trayecto visual, en
la cualidad de tornar vívido lo memorable.
Si lo que se expone en un museo
histórico es pobre e inconexo, cualquiera que desconozca nuestra trayectoria
como país podrá pensar que la sensación de vacío que el muestrario traduce es un reflejo de nuestra
identidad como Nación. Y eso sería muy triste.
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