En estos días concurrí a una de
las cuatro muestras de la obra de Boltanski en Buenos Aires: la del Muntref.
La exposición me causó la
interesante impresión de haber dejado
abierta mi cabeza a la curiosidad. Y
digo interesante porque si bien soy una ávida asistente a espacios donde se
puede apreciar el arte visual, a esa inquietud tan personal se une la
movilización interna que produce en mí la creación que echa mano de la tecnología. Una
marca de época que descoloca toda mi experiencia anterior como espectadora, que me deja un poco afuera, por
no ser nativa de esta última etapa de
automatización, pero cuyo lenguaje me impacta y moviliza. El carácter de
invención que implican estas nuevas formas de crear, parece apuntar justamente a eso: a descentranos ( y desestructurarnos) más que
a emocionarnos.
En una entrevista que le hiciera
la curadora de la muestra, Diana Wechsler, dice Boltanski: “Yo hago preguntas
que existen desde el inicio de la humanidad y no creo que haya idea de progreso
en el arte…” (…) “Se hacen las mismas
preguntas y se emplea un lenguaje propio, de su tiempo, para hacerlas…” (…) “El
arte es un constante ir y venir entre lo personal y lo colectivo. Si el trabajo
del artista funciona, logra hablar a gente muy diferente que va a sentir lo
mismo, o al menos algo análogo.”
Una diferencia de este arte
tecnológico es que el espectador forma parte del hecho artístico. La instalación
Coer es un ejemplo muy claro al
respecto: Una habitación con trescientos espejos de distintos tamaños colgados
de sus paredes, en el centro de la cual hay una lamparita intermitente que
alumbra y apaga al compás del latido de un corazón que suena a través de
altoparlantes. Cuesta salir de ese lugar. El latido parece acompasarse con
nuestro propio flujo vital. La instalación 6
de septiembre nos muestra en una pantalla que avanza a velocidad
vertiginosa hechos acaecidos en esa fecha, que coincide con la del nacimiento
del artista. Un botón nos permite interactuar, detener por segundos el vértigo
de imágenes, y meternos nuevamente en la
obra y con ello en la violencia de la sucesión temporal. La ropa colgada de Reserve estremece con su sensación de
vacío y ausencia.
Una lucha entre el inexorable
paso del tiempo y la persistencia de la memoria, entre lo perdido y su
reencarnación a través de una maquinaria que reproduce destellos. Me hizo
pensar un poco en La invención de Morel
de Bioy Casares. Una invención terriblemente humana.
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