sábado, 28 de julio de 2012

TEATRO NACIONAL CERVANTES: Yerma de Federico García Lorca


Me puse a releer el texto de Yerma, de Federico García Lorca, con motivo de la nueva puesta de la obra en el Teatro Nacional Cervantes, dirigida por Daniel Suárez Marzal.   Cabe señalar la excelencia de la representación, con una escenografía despojada y que rescata el espíritu del texto.   Cuando ésta termina se siente la emoción de haber visto TEATRO, con mayúsculas.    Nada desentona y la dramatización plantea problemas viscerales. 
   Pero, desde lo individual es bueno haberla visto en diversas versiones y volver al texto con más años y consiguientemente más lecturas y experiencias de vida.   Salir del teatro y pensar en la situación de la mujer desde comienzos del siglo XX:   un ser para…, para ser hija cuya boda era concertada por los padres en algunos casos, como en el de Yerma; hija sumisa y obediente que luego sería la sumisa y obediente esposa y que lograba su justificación en los hijos.    Yerma es la tragedia de la vida sin sentido propio;  el  sentido de la vida está  impuesto por los otros;   su vida, la flecha que no alcanza el blanco.   Ella misma debe existir para cumplir el fin para el que fue concebida: ser esposa para poder reproducirse.   Fuera de eso, el vacío.   Lo dice explícitamente Yerma, que suple la ausencia de amor por Juan, al que fue entregada por su padre, pensando en la descendencia.    “Pues el primer día que me puse de  novia con él ya pensé…en los hijos” la Vieja, más libre y más pasional :    “Los hombres tienen que gustar, muchacha”. La jovencita encarnada en la muchacha 2º lo expresa con claridad:   “[…]porque me han casado.   Se casan todas.”    Y agrega “... toda la gente está metida dentro de sus casas haciendo lo que no les gusta”, reafirmando la situación de la mujer y consecuentemente la del hombre, también. Yerma supedita su condición de mujer a cumplir con el destino impuesto:    la maternidad.   Fuera de ella o sin ella por decisión o circunstancias, no se es: “Ojalá fuera yo una mujer”.
   Juan, el marido, diferencia bien los papeles:    “Las ovejas en el redil y las mujeres en la casa”, y Yerma, consiente su sometimiento:   “Pero en el fondo, mi marido me da pan y casa”. Vuelvo nuevamente al personaje de Vieja 1º, que sabe por vieja y por astuta, como nuestro Viejo Vizcacha,   afirma con sensatez: “Está bien que una casada quiera hijos, pero si no los tiene, por qué ese ansia de ellos?    Lo importante de este mundo es dejarse llevar por los años”, es decir, vivir.   Yerma se lamenta:   “Ay, si los pudiera tener yo sola!” .   Es decir, Yerma, más allá del deseo de su afán por ser madre, necesita justificar, darle sentido a su existencia ante sí y ante los demás, respondiendo al mandato social. Yerma, que no ama a su marido, sigue a su lado por “honra y por casta”.  La honra, como posesión del hombre sobre la mujer, que la padece.   Incapaz de dejar a Juan, incapaz de huir, incapaz de aceptar que Juan no desea hijos ni los engendra,   Yerma que anhela crear vida, termina por matar a su marido.   No puede permitirse  otra salida, la que le diera valor a su existencia por ser suya, nada más. 

Reseña: Ofelia Mindlin- Profesora y Licenciada en Letras (UNBA).    

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