Me puse a releer el texto de Yerma, de Federico García Lorca, con
motivo de la nueva puesta de la obra en el Teatro Nacional Cervantes, dirigida
por Daniel Suárez Marzal. Cabe señalar
la excelencia de la representación, con una escenografía despojada y que
rescata el espíritu del texto. Cuando
ésta termina se siente la emoción de haber visto TEATRO, con mayúsculas. Nada desentona y la dramatización plantea
problemas viscerales.
Pero, desde lo individual es bueno haberla visto en diversas versiones y
volver al texto con más años y consiguientemente más lecturas y experiencias de
vida. Salir del teatro y pensar en la
situación de la mujer desde comienzos del siglo XX: un ser para…, para ser hija cuya boda era
concertada por los padres en algunos casos, como en el de Yerma; hija sumisa y
obediente que luego sería la sumisa y obediente esposa y que lograba su
justificación en los hijos. Yerma es la tragedia de la vida sin
sentido propio; el sentido de la vida está impuesto por los otros; su vida, la flecha que no alcanza el
blanco. Ella misma debe existir para
cumplir el fin para el que fue concebida: ser esposa para poder
reproducirse. Fuera de eso, el vacío. Lo dice explícitamente Yerma, que suple la
ausencia de amor por Juan, al que fue entregada por su padre, pensando en la
descendencia. “Pues el primer día que me puse de novia con él ya pensé…en los hijos” y la
Vieja , más libre y más pasional : “Los
hombres tienen que gustar, muchacha”. La jovencita encarnada en la
muchacha 2º lo expresa con
claridad: “[…]porque me han casado. Se casan
todas.” Y agrega “... toda la gente está metida dentro de sus
casas haciendo lo que no les gusta”, reafirmando la situación de la mujer y
consecuentemente la del hombre, también. Yerma supedita su condición de mujer a
cumplir con el destino impuesto: la
maternidad. Fuera de ella o sin ella
por decisión o circunstancias, no se es: “Ojalá
fuera yo una mujer”.
Juan,
el marido, diferencia bien los papeles:
“Las ovejas en el redil y las
mujeres en la casa”, y Yerma, consiente su sometimiento: “Pero
en el fondo, mi marido me da pan y casa”. Vuelvo nuevamente al personaje de
Vieja
1º, que sabe por vieja y por astuta, como nuestro Viejo Vizcacha, afirma con sensatez: “Está bien que una casada quiera hijos, pero si no los tiene, por qué
ese ansia de ellos? Lo importante de
este mundo es dejarse llevar por los años”, es decir, vivir. Yerma se lamenta: “Ay, si los pudiera tener yo
sola!” . Es decir, Yerma, más allá
del deseo de su afán por ser madre, necesita justificar, darle sentido a su
existencia ante sí y ante los demás, respondiendo al mandato social. Yerma, que
no ama a su marido, sigue a su lado por “honra y por casta”. La honra, como posesión del hombre sobre la
mujer, que la padece. Incapaz de dejar
a Juan, incapaz de huir, incapaz de aceptar que Juan no desea hijos ni los
engendra, Yerma que anhela crear vida,
termina por matar a su marido. No puede
permitirse otra salida, la que le diera
valor a su existencia por ser suya, nada más.
Reseña: Ofelia
Mindlin- Profesora y Licenciada en Letras (UNBA).
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