Woody Allen nos vuelve a mostrar, como en otras películas, que el cine y la literatura pueden ir de la mano. Medianoche en París es una película muy grata. Las tomas de la ciudad Luz son maravillosas y una siente que está disfrutando de una suerte de turismo aventura. En este caso, se trata nada menos que de una aventura a través del tiempo y a partir de la cual se desnudan algunos rasgos de nuestra condición seres sociables y algunos avatares de la sociedad “que supimos conseguir”.
Me conmovió muy especialmente el escritor inseguro y en trance de búsqueda de su vocación y su lugar en el mundo. Los viajes en el tiempo que propone dilucidan temas que acechan a las mentes sensibles: el miedo a la muerte y la búsqueda de una edad de oro, que solo existe en la imaginación de quienes necesitan despegarse de la brutalidad y la banalidad de cualquier presente, en ésta u otras épocas. Pero también muestra a las claras que la imaginación no es negación. Buscar en otras épocas y en otras almas lo que a uno le falta es, sin duda, un rasgo de clarividencia del protagonista. El juego temporal, con encrucijadas, sin duda ocurrentes, pone en evidencia lo que el tiempo lineal no muestra. Además la película me pareció un elocuente homenaje al París de la creación y los creadores. En síntesis: me encantó.
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