En estos días puede verse la
representación de esta obra tardía de Antón Chejov -fue escrita en 1904, el mismo año de su
muerte-.
Destacable la puesta en escena de
Helena Tritek. Con un movimiento
escénico que casi casi remeda la danza, logrado gracias a la ágil alternancia de episodios, las intervenciones musicales y al
efecto fluyente que otorgan a la acción los velos con proyecciones. La
escenografía a cargo de Eugenio Zanetti también
es digna de elogio. Con sutileza y poder de sugerencia se recrea el tono
que el autor ruso supo dar a sus obras.
Muy destacables también algunas actuaciones. En especial la de Cristina
Banegas.
Pero más allá de la destreza y
habilidad interpretativa de los ejecutores de la representación, está el texto.
Un texto que no proclama. Insinúa. El drama subyace a la fiesta, a la aparente
algarabía. Chejov nos muestra, sin tintes crueles ni enfáticos un momento histórico complejo. El quiebre social
que significa la pérdida de poder de la aristocracia terrateniente y el ascenso
de la burguesía es, sin duda, un tema
arduo.
La negativa de Liuba a aceptar su
circunstancia, y esa suerte de letargo que parece envolver a la familia entera, y
también a sus “camaradas” de clase, muestra
con trazos delicados pero implacables la incapacidad de reacción a que su
propia fatuidad los ha llevado, y también el claroscuro que encierra el
entramado social. Paradójicamente, esa pasividad trasciende a los sectores más relegados. Firzi, el ama de
llaves, que en el momento de la partida quedará
olvidada, refleja esa ambivalencia que a menudo atraviesa el pensamiento de los sectores oprimidos:
perteneciendo a la servidumbre reverencian el poder de sus señores y se
oponen ciegamente a la movilidad social. Estos dos ejemplos bastarían para
oscurecer cualquier escena y, sin embargo, en las manos de Chejov la vida no se
define por lo categórico sino por los contrastes y matices que envuelven los
implícitos.
El jardín de los cerezos en el
telón de boca y en el de fondo se alza como un símbolo. Sensualidad del
florecimiento versus decadencia. Árboles impetuosos versus talado. Naturaleza
pródiga y plena de “mágico” encanto para quienes desconocen el esfuerzo del
trabajo versus reparto de tierras para emprendimientos
comerciales.
Una pieza que como otras de
Chejov, incluidos sus cuentos, muestra sus dotes de fino observador.
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