viernes, 27 de junio de 2014

TMGSM: El jardín de los cerezos

En estos días puede verse la representación de esta obra tardía de Antón Chejov  -fue escrita en 1904, el mismo año de su muerte-.
Destacable la puesta en escena de Helena Tritek.  Con un movimiento escénico que casi casi remeda la danza, logrado gracias  a la ágil alternancia de  episodios, las intervenciones musicales y al efecto fluyente que otorgan a la acción los velos con proyecciones. La escenografía a cargo de Eugenio Zanetti también  es digna de elogio. Con sutileza y poder de sugerencia se recrea el tono que el  autor ruso supo dar a sus obras. Muy destacables también algunas actuaciones. En especial la de Cristina Banegas.
Pero más allá de la destreza y habilidad interpretativa de los ejecutores de la representación, está el texto. Un texto que no proclama. Insinúa. El drama subyace a la fiesta, a la aparente algarabía. Chejov nos muestra, sin tintes crueles ni  enfáticos un  momento histórico complejo. El quiebre social que significa la pérdida de poder de la aristocracia terrateniente y el ascenso de la burguesía  es, sin duda, un tema arduo.
La negativa de Liuba a aceptar su circunstancia, y  esa  suerte de letargo que  parece envolver a la familia entera, y también a sus  “camaradas” de clase, muestra con trazos delicados pero implacables la incapacidad de reacción a que su propia fatuidad los ha llevado, y también el claroscuro que encierra el entramado social. Paradójicamente, esa pasividad trasciende  a los sectores más relegados. Firzi, el ama de llaves, que  en el momento de la partida quedará olvidada, refleja esa ambivalencia que a menudo atraviesa el  pensamiento de los sectores oprimidos: perteneciendo a la servidumbre  reverencian el poder de sus señores y se oponen ciegamente a la movilidad social. Estos dos ejemplos bastarían para oscurecer cualquier escena y, sin embargo, en las manos de Chejov la vida no se define por lo categórico sino por los contrastes y matices que envuelven los implícitos.
El jardín de los cerezos en el telón de boca y en el de fondo se alza como un símbolo. Sensualidad del florecimiento versus decadencia. Árboles impetuosos versus talado. Naturaleza pródiga y plena de “mágico” encanto para quienes desconocen el esfuerzo del trabajo versus  reparto de tierras para emprendimientos comerciales.
Una pieza que como otras de Chejov, incluidos sus cuentos, muestra sus dotes de  fino observador.

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