El espacio Proa me resulta muy grato. Todas las veces que he ido a ver
una muestra, salí con la sensación de que algo se había renovado
dentro de mí misma.
La respuesta a nuestra primera
recorrida tentativa por la exhibición Aires
de Lyon – fui con una amiga más o menos de mi misma edad y formación- fue
de extrañeza, quizás hasta de rechazo. Secretamente, o no tan secretamente nos
estaríamos preguntando al mismo tiempo: ¿Esto es arte?
Ya con el pié adentro nos
encontramos casi enmarañadas en una alfombra de hilos negros, totalmente
informe, movediza, extendida por
diferentes zonas del edificio,
que nos hizo temer un traspié.
Después nos enteramos de que la
instalación (que se originaba o finalizaba en una escoba) se llamaba La bruja. Maquinarias antiguas
integradas a un escenario con cierta tonalidad siniestra del que nos separaba
un vidrio, enfrentaban presente y pasado, artificio y realidad sin más interacción que el sacudimiento interno que la visión provocaba.
Una silla eléctrica que se veía después de accionar una perilla que activaba la
iluminación y un tubo por el cual podíamos haber hablado sin escuchar
respuesta. Imágenes oscuras sobre paredes muy blancas. Imágenes difíciles de
adecuar a nuestros preconceptos fijados a través de la experiencia de
frecuentar la historia del arte en sitios canonizados. Una bolsa negra
pendiendo de un hilo, que parecía latir al ritmo de algún encierro horripilante. Una bola indeterminada y hasta contrahecha
titulada: Hombre semilla o el mito de lo posible. Título por demás sugerente
si se piensa en lo amorfo del portante. La esfera del mundo haciendo girar por
fuera y por dentro las palabras. Pero no cualquier palabra sino aquellas con las que el exterior nos sobresalta y conmociona.
Todo esto que nos causó, en un
primer momento, esa atávica reacción de distanciamiento cobró sentido o
múltiples sentidos durante la visita guiada. Y hay que decir que en lo que hace a entrenamiento de los guías Proa es un ejemplo. No son expositivos.
No nos apabullan con un libreto armado.
No nos imponen su impresión. Los guías de Proa preguntan, nos preguntan, y los visitantes preguntamos a las
obras y nos preguntamos a nosotros mismos. Sin lugar a dudas esto responde a un
concepto de acercamiento al arte y comprensión del mismo innovador, sustentado en el libre acceso al conocimiento y en el
propósito de que cada grupo de
visitantes confronte sus experiencias visuales y participe activamente del hacer que significa toda creación. En la
ronda visual y de cuestionamiento uno siente que la cabeza va cambiando su
orientación aprendida y fijada con
grampas no muy sutiles. Y entonces todo lo que nos causó extrañeza al principio y hasta cierta
repugnancia empieza a mostrar hendijas
por donde se filtra un aire nuevo. En este caso, el aire de Lyon. Una muestra que es un desprendimiento de la bienal
de Lyon, cuyo subtítulo alude a un verso de Yeats: Una terrible belleza. Una
estética de lo feo, que es parte también del mundo y una parte que debiera
dejarnos tan perplejos como la observación de las instalaciones e imágenes que,
de entrada, no comprendimos. Porque
lo feo forma parte de la realidad y sin
embargo, por acostumbramiento no llega a
indignarnos lo suficiente. Es más, convivimos con ese rasgo del
entorno sin inmutarnos. El diálogo de las obras entre sí y el diálogo que
suscitó el hábil guía entre los asistentes nos permitió responder al
interrogante primero: ¿Esto es arte? Indudablemente salimos del espacio
movilizadas emocionalmente y sintiendo que el lenguaje, los lenguajes son tan inquietantes como la vida misma, de la cual el
arte es una parte activa y reactiva. Salimos respirando de otra forma. Y si se
piensa que la respiración es un acto esencial para la sobrevivencia, es
indefectible que haber llegado hasta allí valió la pena.
Por último se me ocurre una frase que escribo con el color de la esperanza y, por supuesto, no
es una sentencia sino el resultado de una reflexión muy personal: No me debe asustar lo nuevo
por ser nuevo, sino todo lo viejo y caduco que se oculta bajo
apariencias novedosas.
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