domingo, 29 de abril de 2012

PROA: Aire de Lyon


El espacio Proa me resulta muy grato. Todas las veces que he ido a ver una  muestra, salí con  la sensación de que algo se había renovado dentro de mí misma.
La respuesta a nuestra primera recorrida tentativa por la exhibición Aires de Lyon – fui con una amiga más o menos de mi misma edad y formación- fue de extrañeza, quizás hasta de rechazo. Secretamente, o no tan secretamente nos estaríamos preguntando al mismo tiempo: ¿Esto es arte?
Ya con el pié adentro nos encontramos casi enmarañadas en una alfombra de hilos negros, totalmente informe, movediza, extendida por  diferentes zonas del edificio,  que nos hizo temer un   traspié. Después nos enteramos  de que la instalación (que se originaba o finalizaba en una escoba) se  llamaba La bruja. Maquinarias antiguas integradas a un escenario con cierta tonalidad siniestra del que nos separaba un vidrio, enfrentaban presente y pasado, artificio y realidad sin  más interacción que el  sacudimiento interno que la visión provocaba. Una silla eléctrica que se veía  después de accionar  una perilla que activaba la iluminación y un tubo por el cual podíamos haber hablado sin escuchar respuesta. Imágenes oscuras sobre paredes muy blancas. Imágenes difíciles de adecuar a nuestros preconceptos fijados a través de la experiencia de frecuentar la historia del arte en sitios canonizados. Una bolsa negra pendiendo de un hilo, que parecía latir al ritmo de  algún encierro horripilante. Una bola  indeterminada y hasta contrahecha titulada:  Hombre semilla o el mito de lo posible. Título por demás sugerente si se piensa en lo amorfo del portante. La esfera del mundo haciendo girar por fuera y por dentro las palabras. Pero no cualquier palabra  sino aquellas con las que el exterior   nos sobresalta y conmociona.
Todo esto que nos causó, en un primer momento,  esa atávica  reacción de distanciamiento cobró sentido o múltiples sentidos durante la visita guiada. Y hay que decir que en  lo que hace a entrenamiento de los guías Proa es un ejemplo. No son expositivos. No nos apabullan con  un libreto armado. No nos imponen  su impresión.  Los guías de Proa preguntan, nos preguntan, y los visitantes preguntamos a las obras y nos preguntamos a nosotros mismos. Sin lugar a dudas esto responde a un concepto de acercamiento al arte y comprensión del mismo  innovador, sustentado en  el libre acceso al conocimiento y en el propósito de  que cada grupo de visitantes confronte sus experiencias visuales y participe activamente  del hacer que significa toda creación.    En la ronda visual y de cuestionamiento uno siente que la cabeza va cambiando su orientación aprendida y fijada con  grampas no muy sutiles. Y entonces todo lo que nos causó  extrañeza al principio y hasta cierta repugnancia  empieza a mostrar hendijas por donde se filtra un aire nuevo. En este caso, el aire de Lyon. Una muestra que es un desprendimiento de la bienal de Lyon, cuyo subtítulo alude a un verso de Yeats: Una terrible belleza. Una estética de lo feo, que es parte también del mundo y una parte que debiera dejarnos tan perplejos como la observación de las instalaciones e imágenes que, de entrada,  no comprendimos.   Porque lo feo forma parte de la realidad  y sin embargo, por acostumbramiento  no llega a indignarnos lo suficiente. Es más, convivimos con ese    rasgo del entorno sin inmutarnos. El diálogo de las obras entre sí y el diálogo que suscitó el hábil guía entre los asistentes nos permitió responder al interrogante primero: ¿Esto es arte? Indudablemente salimos del espacio movilizadas emocionalmente y sintiendo que el lenguaje, los lenguajes son tan  inquietantes como la vida misma, de la cual el arte es una parte activa y reactiva. Salimos respirando de otra forma. Y si se piensa que la respiración es un acto esencial para la sobrevivencia,  es  indefectible que haber llegado hasta allí valió la pena.
Por  último se me ocurre una frase que escribo con  el color de la esperanza y, por supuesto, no es una sentencia sino el resultado de una reflexión muy personal: No me debe asustar lo nuevo  por ser nuevo, sino todo lo viejo y caduco que se oculta bajo apariencias novedosas.


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