La imagen se ha convertido, en la circunstancia contemporánea, en un elemento incómodo. A diario nos vemos invadidos por una catarata visual proveniente de pantallas ubicadas en todos los lugares públicos. Esto, sin duda, condiciona nuestra manera de mirar. Las video- instalaciones de Sorin ( Nantes, 1960) nos proponen ser espectadores activos. Su arte tiene la cualidad de invitarnos a participar de un juego, que, desde ya, no es un juego inocente. Hay en él humor, parodia e ironía. La virtualidad aparece descolocada y cuestionada por un lenguaje que aborda distintos temas: el sinsentido que conlleva la aceleración, el erotismo más primario transformado en escena, el deseo colonizado por la tecnología, la artificiosidad que atraviesa el imaginario colectivo, la despersonalización ( el yo que se duplica en un hermano agresivo o el yo que se traviste en multiplicidad de personalidades al uso), la desacralización del arte. Una muestra inquietante, como corresponde a los fines de toda creación artística que se precie de serlo. Carente de mensaje explícito, obliga al espectador a abandonar la impasibilidad, tratando de recrear lo creado. Su teatralidad óptica invierte el sentido a que nos acostumbra la tiranía de la imagen, y se convierte en un disparador del pensamiento, que, a menudo, por fuerza de la costumbre pierde de vista la distinción entre lo ficticio y lo real. Aunque, convengamos que, tanto en ésta como en otras épocas, esa distinción es bastante lábil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario