“Si quisieran complacerme –y hay miles
como yo- escribirán libros de viajes y
de aventuras, de investigación y académicos, de historia y biográficos,
de crítica y de filosofía y científicos. Al hacerlo, sin duda beneficiarán el
arte de escribir ficción. Porque cada libro sabe cómo influir sobre sus pares.”[*]
Hipatia de Alejandría fue la
primera mujer matemática y astrónoma de la que se tiene referencia. Nació en esa ciudad-
famosa por su mítica biblioteca- que era capital de una opulenta provincia romana de Egipto, a mediados del
siglo IV. Aprendió la ciencia junto a su padre Teón, célebre astrónomo que
impartía clases en la Biblioteca del Sarapeo (en el monumental santuario de
Serapis). Seguidora de Plotino y el neoplatonismo –doctrina que aúna y sintetiza
el pensamiento de Platón, Aristóteles, Pitágoras y Zenón de Elea, con la
mística oriental proveniente del hinduismo y judaísmo- se destacó como maestra
y también como perfeccionadora de maquinarias para el conocimiento astronómico
(astrolabios) e inventora de un
densímetro. Aproximadamente hacia el 415, durante el período de Cuaresma,
fue apresada por una turba de cristianos violentos, que, según distintas versiones históricas, respondían a
Cirilo, sobrino y heredero de Teófilo, ambos representantes de la diócesis
romana de Egipto. Se la responsabilizaba de las tensiones entre el poder civil,
encabezado por Orestes, prefecto de Egipto y uno de sus discípulos, y el poder
eclesiástico cristiano que, en alianza con Roma, se oponía al Patriarcado de
Constantinopla.
Hipatia fue flagelada,
descuartizada, y finalmente cremada en el Cinareo. Su martirio refleja la
desmesura de esa enfermedad del poder
que los griegos llamaron hybris (transgresión de los límites que los dioses
imponen a los mortales), que, aúna todas las formas de violencia contra la luz de las ideas
y contra la fuerza reveladora del saber. Pero su valor
personal excede en mucho la puntual
circunstancia de su infausta muerte.
En tiempos de la Ilustración se la consideró una mártir de la ciencia. Y en distintas
épocas, fue motivo de inspiración de
creadores y filósofos. Rafael Sanzio la retrató en su cuadro La escuela de Atenas, junto a Zenón de
Elea. Hipatia fue modelo de mujer independiente y reflexiva. Encarnó, sin duda,
un ejemplo de rebeldía frente a las restricciones a que estarían sometidas la
generalidad de sus congéneres. Y, como librepensadora, defendió un sistema de
pensamiento -opuesto al oscurantismo y dogmatismo anunciador del tránsito hacia el medioevo- que enaltecía el culto de la
razón y la naturaleza, el sincretismo
cultural, el equilibrio geométrico, la
argumentación, la armonía y la belleza.
Hipatia instala ante nuestros
ojos un perfil femenino que a lo largo de la historia se vio opacado por
factores diversos: el de la mujer que aplica su inteligencia al estudio de las
mal llamadas ciencias duras. Extendió,
en su función de educadora, el alcance del logos –los neoplatónicos concibieron la inteligencia como logos, o sea
el verbo en cuanto medio de reflexión y deliberación-. Escribió sobre geometría
y álgebra y también se interesó en la
historia de las religiones, la oratoria y, en su afán de acrecentar sus
conocimientos, viajó a Atenas y a Roma. En su época estas ansias de
perfeccionamiento intelectual no serían muy comunes. Pero tampoco lo son ahora,
aunque la mujer, después de arduas luchas, haya alcanzado una posición de mayor
reconocimiento.
Hipatia encarna a la intelectual que, en contraposición a los designios de su hora o de su entorno,
crea y sostiene un pensamiento
superador. Y por ende liberador. En su
caso, un pensamiento que la eleva hacia la más alta abstracción.
Fue la primera y la que abrió un
camino en el que otras mujeres se destacaron. El ejemplo más conocido y
reconocido en ese ámbito fue el de Marie
Curie, química y física polaca nacionalizada francesa, nacida en Varsovia
en 1867 y fallecida en Passy, en 1934. Marie obtuvo dos veces el premio Nobel:
el de Física en 1903, compartido con su esposo Pierre Curie y el físico Henri Becquerel
y el de Química en 1911, por su descubrimiento de los elementos radio y
polonio. Marie desarrolló las técnicas de aislamiento de isótopos radioactivos
y la teoría de la
radioactividad. El contacto con estos elementos afectó su salud
y murió a causa de ello.
A lo largo de la historia hubo
otras mujeres que eligieron este campo del
conocimiento:
Marie Sophie Germain (París, 1776-1831) se destacó por su aporte a
la teoría de los números ( advirtió la elasticidad numérica y los números
primos); Augusta Ada Byron, condesa
de Lovelace –hija de Lord Byron- (Londres, 1815-1852), notable matemática que previó el cálculo numérico por medio de
maquinarias (motor analítico de Charles Babbage-1840) y, por ende, una
adelantada en lo que con el tiempo se llamaría computación; Amalie Emmy Noether (Alemania,
1882-EEUU, 1935) destacada en la física teórica (teoría de los anillos, grupos
y campos) y en álgebra; Lise Meitner
(Viena-Austria, 1878-1968), investigadora
que trabajó en el campo de la radioactividad y la física nuclear; Rosalind Elsie Franklin (Londres, 1920-
1958), biofísica que tuvo una participación
concluyente en la comprensión de la estructura del ADN; Susan Jocelyn Bell (Belfast-Irlanda, 1943) descubrió la primera radioseñal
de un púlsar (estrella de neutrones que
emite radiación periódica).
Algunas fueron desplazadas a la
hora de las distinciones. En una sociedad marcada por las diferencias y el
predominio masculino en los ámbitos universitarios y científicos, la mujer debió enfrentar, sin duda, una competencia dolorosamente
desigual. Sin embargo todas ellas supieron encontrar un espacio para
desarrollar su peculiar inclinación por el saber.
Recientemente, la física
argentina, Gabriela González,
quien lidera el proyecto LIGO (EEUU) en el que trabajan 1000 investigadores de
distintos países, logró detectar, junto a sus colegas, ondas gravitacionales,
preanunciadas por Einstein en su teoría general de la relatividad, que
constituyen un importante descubrimiento
astronómico sobre los agujeros negros y el origen del universo.
El recuerdo de todas estas representantes
de la investigación científica apunta a un doble objetivo: celebrar su
capacidad de trabajo, su agudeza intelectiva y su loable colaboración en el
progreso de la ciencia.
Pero también esa
valentía y fortaleza con que supieron abrirse paso en un mundo donde la condición femenina todavía, e incluso después de muchas batallas, debe
enfrentar múltiples obstáculos.
[*] Woolf, Virginia,
Un cuarto propio, Buenos Aires, Ed. El cuenco de Plata, 2013. Al
final de esta extensa conferencia, Virginia exhorta a las mujeres.